lunes, diciembre 11, 2006

Si Cervantes fuera francés.


Hay cosas que no termina una de tragarle a los franceses. Los camiones de fruta quemados en las carreteras, por ejemplo. Los Cien Mil Hijos de San Luis, la fuga de Villeneuve en Trafalgar, la política proserbia en Yugoslavia o esa forma que tienen de enarcar los labios, así, para pronunciar las oes con acento circunflejo. Sin embargo, París lo reconcilio a uno con todo eso. Basta darse una vuelta por los buquinistas de la orilla izquierda, darse una vuelta por las tullerias, tomarse un café en Los Campos Elíseos, perderse en Versalles , para que todos esos prejuicios desaparezcan en el aire e incluso ese retrato de Francisco I que hay en el Louvre, de perfíl, le caiga a uno simpático. Que ya es caer.

Uno está en ello y se pasea por la plaza de los Vosgos mirando los escaparates de los anticuarios, cuando de pronto va y descubre una bandera francesa que ondea en un edificio, al fondo. Se acerca con la cautela de quien conoce la desmedia afición de los franchutes a ponerle una tricolor a todo lo que no se mueve, y descubre que se trata de la casa donde, según reza en la correspondiente placa conmemorativa, vivió Victor Hugo, patriarca de las letras galas y autor, entre otras cosas, de Los Miserables y de Nuestra Señora de París. La visita se vuelve obligada, y más con mi mujer al lado, y el visitante deambula con absoluta libertad por estancias llenas de recuerdos, grabados, muebles y fotografías que guardan la memoria del gran hombre. Todo conservado tal que en formol, como la ya mencionada pequeña estancia de un tal Luis XIV a las afueras, incluso puede uno adorar un ramo de flores, ya secas claro está, recogidas por el mismísimo Victor en el campo de batalla de Waterloo, donde viajó para documentarse sobre la batalla para Los MIserables.

Tras salir a la calle, uno enciende un cigarrillo, si se fuma, y tras mirar alrededor uno se pone a pensar. Es cierto que son casi odiosos, con su moda, sus bocas de piñón, sus aíres amanerados, sus estereotipos de ligones y guapos, nunca he visto con esos ojos a Chirac, y todo lo que se quiera odiar de ellos, eso es cierto, pero son lo que no hay para sacar su grandeza. Para enseñar en las escuelas las lecciones de historia francesa al ritmo de La Marsellesa, para hacer de la casa donde residió uno de sus escritores, unos pocos años, un monumento nacional. Y todo eso lo veo muy bien, porque eso es Francia, y aquí viene la cuestión, no España.

Porque estoy imaginándome al gran escritor Victor Hugo naciendo en España. Viviendo en un país, donde el que escribe, seguro que mi mujer sí, no tiene ni idea donde vivió Lope de Vega, en que casa nació Calderón, Bécquer o Pío Baroja, y aunque lo supiese iba a ser lo mismo, seguramente estaría abandonada o ya en ruinas. Un país donde un tal Miguel de Cervantes Saavedra está enterrado detrás de una siniestra y anónima pared de ladrillo en un convento olvidado de Madrid, con una placa de mala muerte apenas visible en un callejón oscuro. Donde la casa donde imprimió el Quijote no es más que eso, una casa donde muy pocos saben que se imprimió el Quijote. Donde lo que uno se encuentra al viajar por La Mancha son, molinos aparte, tascas de carretera anunciando vinos y quesos bautizados como personajes de Cervantes, rezando en la venta un enorme cartel que plasma estos versos inmortales:


En un lugar de la Mancha

don Quijote una meá echó

y salieron unos ajos gordos.

Por eso, andes arriba o abajo

de Pedroñeras son los ajos.


Es mejor no imaginar lo que hubieran hecho nuestros queridos franceses, patriotas como ellos son, sin en vez de nacer en España Cervantes hubiera aterrizado al norte de los Pirineos. A esas alturas tendríamos Cervantes hasta en la sopa, aborrecido de tanto restregárnoslo nuestros vecinos por las narices: casa natal, casa mortuoria, cárceles diversas, santuarios y peregrinación obligatoria, con muchas mayusculas en la guía Michelin.

Claro que para haber escrito la universal obra, era obligatorio haber nacido en España, haber vivido el hambre, la impotencia, la tristeza infinita, la injusticia y la desventura como la conoció don Miguel.

Por eso éste es mi minúsculo homenaje al autor, un escritor que celebró el cuarto centenário de la obra más leída y traducida en todo el mundo. Y mi homenaje, aunque breve, vale más que los anuncios que vimos en tv hace unos meses.

Así que ha pregonarlo a los cuatro vientos,( y bien que lo supo él) que Cervantes, es de España !!!! .


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