jueves, junio 14, 2007

Próxima parada.


Al ponerse el vehículo en marcha todos los ocupantes sabían que nuevas sensaciones pasarían por desnudar sus pensamientos. Sacarían lo mejor y lo peor de cada uno. Hasta avergonzarse, hasta sentirse orgullosos, o por lo menos tranquilos por unos minutos.
Al volante se encontraba una persona que ya había hecho el recorrido tantas veces que era imprevisible las reacciones que ese día le acontecerían. Eso sí, sabía que nunca sería un viaje impasible. Los kilometros y numerosos viajes por la misma ruta habían hecho de su corazón una fortaleza impenetrable. A prueba de sentimientos extremos.
Un comienzo duro se dijo.


El vehículo lo llevó a buen ritmo hasta encararlo ante una avenida. Semáforo en rojo.
Arrancó denuevo y afloraron los primeros pensamientos.
Los edificios eran de nueva construcción y nadie circulaba por la calle, la poca luz que dejaban las nubes no llegaba a penetrar hasta el asfalto por lo que todo estaba sumergido en una sombra. Y peor parecía que se iba a poner.
Los ojos del conductor se clavaron en la pasajera del asiento 3.


Comenzó a llover. Su mirada se clavó en el inmenso cristal del vehículo, la lluvia se estampaba contra el cristal. Por un momento coincidió con la vista del conductor.
Su pelo rubio dejaba ver ya las primeras canas, a pesar de la claridad eran evidentes. Sus manos permanecían cruzadas sobre sus piernas, manos que portaban aún el anillo de casada. Una reliquia, nunca mejor dicho, el amor desapareció hace tiempo. Ahora sólo importaban sus hijos. Sus niños, pensaba entre las primeras lágrimas. Eran demasiado pequeños, tenían que estar a su lado siempre. Maldecía la ley, maldecía sus consecuencias. La tristeza borraba el sentido común de su cabeza. Sus lágrimas brotaron sin resistencia, ya daba igual. Había perdido la compostura.
Al otro lado, y justo detrás del conductor se encontraba un joven universitario ocupando la plaza 5.


Descansaba en el asiento con signos evidentes de sueño y poco vigor para su edad. Eran palpables los sintomas de haber pasado una noche larga. No pudo dejar de pensar en el adios por unas semanas de su amor. Un amor que había conocido tan sólo unos dias antes. Pero que a su vista había crecido hasta enormes proporciones. Nunca había sentido nada igual. No podían separarse tan pronto. Podría perderla.
En la ciudad a la que viaja hay gente joven. Normal, sus estudios tenía que sacarlos en adelante.
Pero el miedo y las nuevas sensaciones que afloraban, lo llevaban de lo cuerdo a lo irreal. Pero de forma descontrolada e ilógica.


Una anciana, asiento 16, siente añoranza de la edad del joven que su corta vista adivina. Siente que su tiempo ha pasado. A pesar de lo vivido, lo cambiaría todo por volver a sentir la vitalidad de esa edad, la falta de respeto a lo desconocido y a los misterios que guarda la vida.
Sus manos temblorosas y de torpes movimientos le recuerdan la realidad, le recuerdan que su vida está sumergida en la tristeza. Que casualidad, piensa.
Unos pitidos que apenas son perceptibles a su oido, desvían su atención.


En el 19 un hombre "golpea" incesante su pda. Trabaja sin descanso. No demasiado a su parecer. La última gestión no le ha reportado todos los ingresos esperados. Quizás los esperados no tenían una cantidad fija, la cantidad era proporcionalmente a la presión impuesta. Siempre es poco.
Su vida se ha quedado en eso. En especulaciones inmobiliarias, y realidades sentimentales.
La familia, su mujer e hijos. La familia, sus padres y hermanos. Ya sufrieron su dedicada profesión. Dedicada a destrozarlas precisamente. A destrozar vidas y crear una nueva.
Siente anhelo de la anterior. El llevar los hijos al colegio y desayunar con su esposa en una cafetería del tres al cuarto. Sin lujos, sin precios. Siente que no es él, y se le empieza a notar en el rostro. Se le dilatan las pupilas y una extraña mueca se dibuja en su cara.


Ajeno a todos los demás ocupantes, a todos los sentimientos y pensamientos del resto de pasajeros, un desaliñado personaje " se esconde " en la fila de asientos del final del autocar.
No tiene nada que ver con el resto. Ni en la forma de vivir, y seguro que tampoco en la de morir.
No comparte ni los mismos gustos, es la antítesis de cada uno del resto de pasajeros.
Se siente perseguido, buscado, vigilado y atrapado en un futuro. El arma le quemaba en el bolsillo, su peso era cada vez mayor, como su falta de respeto a sí mismo. Había caido en la monotonía de autodestruirse, a conciencia.
La diferencia en ese momento con el resto era que por su mente no pasarían las sensaciones tan dispares que cambiarían en un corto trayecto de paradas.


-- PARADA SOLICITADA --

El conductor miró el luminoso, y vió como un ocupante bajaba del vehículo.
Comprobó el intinerario: Paseo de los Tristes, Avda. de la Soledad, Bº de la Alegría, ....
Un comienzo duro, se dijo.

4 comentarios:

A. J. Zaragoza. dijo...

Menudo lujo de narración te has marcado chaval.

Está muy bien descrito todo, muy buena la forma de pasar de un personaje a otro y de enlazar el principio con el final.

Y el retrato de cada uno de ellos, perfecto buenos representantes de las clases de personas que has elegido. Incluso los nombres de las calles del itinerario me parecen todo un acierto.

De verdad, me ha gustado mucho ya discutiremos dónde le ves tu la pega a tu texto :)

Sólo un pero, me he quedado con
ganas de algo más, no sé ¿falta alguna conclusión? (o se deja a elección del lector?)

Un abrazo.

Candelas Sanchez Hormigos dijo...

Me ha gustado, y siempre, cuando se lee un texto tan bien escrito por la forma de describir, de pasar de un pasajero a otro, de las miradas, de la "parada", siempre, siempre se aprende.

El recorrido... el normal de un ser humano en la vida.

Un beso

Mandarina azul dijo...

¡Guau, onejordan! Caray con tu autobús, hay que ver cómo te las gastas sobre ruedas...
Dan ganas de esperar a que pase tu próximo autobús. :)

Besos.

Anónimo dijo...

....Me ha gustado mucho Miguel, esta muy bien descrito.

Por un momento he recordado cuando iba en autobus a FP. Tanta gente diferente con sus alegrias y sus desgracias. Es en esos momentos cuando uno reflexiona en lo que hay alrededor y, por lo menos yo, acaba dando gracias a Dios. Porque como dice el refran "por muy grande que sea tu desgracia siempre puede ser peor".

Por cierto ultimamente subo de vez en cuando a los "madriles" y viajo en metro y la sensacion es parecida pero con resultados bastante mas negativos. La sensación de soledad en medio de un tumulto de gente es asfixiante.

UN ABRAZO