Mari Carmen, hija mía.
Un padre siempre guarda sus mejores consejos y palabras para sus hijos, para su amada hija.
Difícil se me hace y bien quisiera poder expresar todo lo que se agolpa en mi corazón, lo tanto que llega a mi cabeza y lo poco que al final te escribo y digo.
Hija mía, que orgullo siento.
Orgulloso de tu forma de ser, de tu personalidad, de tus principios, de tu caridad e inteligencia. Orgulloso de tí.
Hija mía, que feliz me siento.
Feliz por verte sonreír, feliz por estar junto a mí, feliz por verte feliz.
Hija mía, que triste estoy.
Triste por tus problemas, por tus inquietudes, por tus pequeños resfriados y tus grandes gripes. Apenado en tus lloros y ahogado con tus lágrimas.
Hija mía.
Quisiera darte mil consejos de sabio, mil saberes y mil curas del Cáncer.
Quisiera acertar en mis predicciones, en mis opiniones y actos.
No puedo prometerte tal divinidad.
Sólo puedo hacerte saber que cada una de mis palabras está escrita con nuestra sangre compartida, está escrita desde el corazón, desde lo más profundo de mí.
Desde donde te encuentras, en mí.
Hija mía,
A tu lado me tendrás siempre, no eternamente. Pero siempre.
No dudes en tus decisiones, no me pienses en ellas.
Cualquiera será la mejor, será la acertada.
Sea cual sea ahí estaré, estaré en la antítesis de mi persona, estaré en lo más inmundo de mis principios. Estaré contigo, estaremos juntos.
Hija mía,
Crece, cultívate, enamórate, sueña y consíguelo.
No temas, cada paso será hacia adelante. El error será hacia adelante.
Paso a paso hasta convertirte en la persona que sé que albergas.
Tu inteligencia, tu constancia y tu paciencia te guiarán.
Hija mía,
Perdona mis carencias, mis defectos, mi simpleza, mi hipocresía y mi egoísmo.
Nunca estaré a la altura de lo que mereces, pero bien me confortará lo que eres, en lo que te conviertas. Orgulloso de ser tu padre de llevar tu sangre.
Hija mía, amor siento.
Te quiero.
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